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BURT LANCASTER

Fue creado con humo de sueños

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Burt venía de abajo, y nunca pareció renunciar a sus orígenes. Leí en alguna parte que nació en los sótanos de un local del sindicato de correos del IWW, el «I ndustrial Workers of the World» o sea, los Trabajadores Industriales del Mundo, también conocidos como los «Wobblies» (los míos en el imaginario sindicalista made in USA), en el que militaba su padre, trabajador de correos. El barrio era conocido como el Harlem español o chicano, pero a Burt le sonrió la Diosa Fortuna convirtiéndolo en un atleta consumado. A los 9 años conoció en un campamento de verano a Nicola Cuccia, hijo de inmigrantes italianos que sería su colega por todo un tiempo. Nicola pasó a llamarse Nick Cravat, y se decía que era mudo, pero eso solamente sucedía en las películas, en realidad era tan mudo como Harpo Marx, o sea que hablaba por los codos, pero el cine podía hacer milagros como ese y más. Gracia a su habilidades en el trapecio, ambos comenzaron a trabajar en el circo con el nombre de «Lang and Cravat» hasta que Burt sufrió un accidente. En 1935 contrajo matrimonio con la citada June Ernest, unos años antes de incorporarse al ejército para acudir a la II Guerra Mundial, época en la que comenzó a aficionarse a la interpretación actuando para sus colegas de uniforme

 

 

 

Burt Lancaster, actor estadounidense, perteneciente al cine clásico... De fuerte atracción y energía, su apuesta figura fue sinónimo del hombre galán y rudo. Ganador de un premio Óscar y nominado en tres ocasiones, su prestigio interpretativo se acrecentó a partir de su colaboración en el cine europeo, especialmente de sus trabajos junto a Luchino Visconti. Fue uno de los cinco hijos de James Henry Lancaster, un cartero, y Elizabeth Roberts, ama de casa.  Más tarde, trabajó como acróbata de circo hasta que una lesión le obligó a abandonar la profesión. Durante la Segunda Guerra Mundial, actuó en espectáculos del ejército. Aunque al principio la interpretación no le atraía, cuando volvió del servicio militar intentó ser actor y recibió una oferta para un papel en una obra teatral en Broadway. No tuvo éxito, pero un agente de Hollywood se fijó en él y le consiguió, en 1946, su primer papel cinematográfico, para la película Forajidos, junto a Ava Gardner. En esta ocasión, sí tuvo un éxito considerable, con el resultado de que al año siguiente protagonizaría otras dos películas, fue un actor autodidacta que se hizo a pulso, intentando superarse en cada una de sus interpretaciones, y que aprovechó su buena apariencia física para abrirse paso en el ambiente hollywoodiense. Al principio, los papeles que interpretó fueron predominantemente personajes de carácter rudo y directos que encajaban bien con su personalidad.

 

 

 

 

 

Burt ascendió a la fama nada más poner la planta en Hollywood. Fue un actor autodidacta que se tomó muy en serio el oficio. Desde siempre fue reconocido como defensor de la causa «liberal», tanto en sus compromisos como por títulos tan radicales como Brute Force, uno de los mayores logros del «comunista» Jules Dassin, amén de uno de los clásicos del cine carcelario escrito por Richard Brooks, y que es un potente alegato libertario contra el orden carcelario que también dibujaba con veracidad la parte fascista de su país Le atribuyeron ideas comunistas, pero el senador Joe McCarthy optó por no acusarle, aunque sí lo hizo con su alter ego, Harold Hecht, que fue su «descubridor» y con el que creó su productora. En este cometido, Burt fue uno de los promotores del neorrealismo norteamericano, de Marty (1955) que «descubrió» al inmenso Ernest Bornigne y que fue una de las pocas oportunidades para Betsy Blair, amén de otros títulos, algunos tan potentes e ignorados como Sweet Smell of Success (1947), estrenada aquí muchos años más tarde como Chantaje en Broadway, fue escrita por Clifford Odets con Alexander Mackendrick detrás de la cámara . El resultado fue una descripción despiadada de un medio, el de la prensa, sobre el que raramente el cine ha proyectado su mirada crítica, con excepción quizás de Billy Wilder. Durante bastantes años, Burt presidió la ACLU (American Civil Libertes Unión), organismo en defensa de los derechos humanos. También tomó parte de la campaña de los Derechos Civiles, se manifestó contra la guerra del Vietnam, y que yo sepa, nunca intervino en una producción de la cual tuviera que avergonzarse demasiado, algo inaudito en Hollywood. Burt era bastante expeditivo en sus opiniones, cuando William Wyler le ofreció el papel de Ben-Hur, dijo que no le gustaba la historia. Cuando se estrenó Aeropuerto, la productora lo retiró de las ruedas de prensa porque en la primera declaró que, a pesar de su éxito, la película era mediocre.

 

 

 

Burt superó la prueba de la «caza de brujas» desatada por la derecha norteamericana, por lo que se trasladó a Europa a rodar El temible burlón, una película de aventuras memorable que incide en las líneas maestras e izquierdistas de El halcón y la flecha . Por lo visto, su director, Robert Siodmak, que hizo con Burt dos joyas del «cine negro», dejó dicho que acabó hasta el gorro de su «vedetismo», pero lo cierto es que esta no fue una queja generalizada. Igualmente lo es que Siodmak no hizo después nada interesante. Burt no podía salirse del sistema, por lo tanto trataba sencillamente de ser coherente siguiendo unos criterios que el mismo definió con estas palabras: La vida tiene que ser vivida en los límites de tu conocimiento y bajo el concepto claro de cómo te gustaría verte a ti mismo. Se trataba por lo tanto de trascender esos límites, yendo lo más adelante posible, y la verdad es que lo consiguió no pocas veces.

 

 

 

 

 

Sus películas de principios de los cincuenta, ya me sedujeron, Su majestad de los mares del Sur (1953), que contribuyó a mi enamoramiento por los «buenos salvajes» expoliados y embrutecidos por el maldito «American Way Life»; Vera Cruz, fue uno de los títulos que por aquella época pude ver al menos tres veces casi seguidas, de tarde y de noche en el mismo cine, todo ello sin el menor agotamiento. Obviamente, en su momento solamente me importó la aventura, pero como sucedió con Apache, o con el antirracismo de Fugitivos, (1958) de Stanley Kramer, algo quedó del «mensaje», que recuerde, siempre simpaticé con la revolución mexicana, y la única explicación eran aquellas películas que nos abrían otras ventanas a la vida…De aquí a la eternidad (1953), fue una conmoción entre los mayores en la época. Aunque cortada por la censura, me planteó un principio de mirada crítica hacia el nefasto «establishement» militar, y a Deborah Kerr que desde entonces se convirtió en mi dama favorita, al menos en lo que se refiere al talento y la capacidad de registros; Apache (1954), influyó más que cualquier otra a mi reconocimiento del valor de la insumisión de los nativos norteamericanos; Trapecio (1956), significó muchas cosas, primero un mayor conocimiento de su biografía ya que su pasado cirquense acompañó a esta película en la que aparecía la Lollo en su esplendor. Los carteles y los programas perturbaron a los jóvenes clientes del billar del abuelo. En ulteriores visiones -que siempre te hacen recordar la primera-, pude entender que había una línea gay soterrada en la relación de los dos protagonistas…Por cierto, cuando con el drama de Rock Hudson con el Sida, comenzaron a abrirse los armarios de Hollywood, se comentó que Burt le gustaban tanto los caracoles como las almejas, lo mismo que Tony Curtis, un detalle que ambos hicieron a saber en el crepúsculo de sus vidas. Lo cierto es que Burt llevó tales inclinaciones discretamente, se casó tres veces y dejó seis hijos, uno de ellos adoptado.

 

 

 

El cambio de registro de Lancaster en los sesenta me pareció más apasionante que en la década anterior, sobre todo porque acompasaba mis propias inquietudes. Algunos de los personajes que interpretó provocaron reacciones muy profundas, semejantes a las que un poco más tarde encontraría en algunas grandes novelas. De alguna manera, sus personajes se erigieron en un referente, algo que desde luego, no podía nadie cercano. Por entonces, mi universidad eran los programas dobles. Esa relación con el príncipe Salinas se hizo estable, de manera que son muy pocos los sus películas que no he haya visto en un momento u otro. Con la adopción del video y la posibilidad de grabación, acabé repescando los títulos desconocidos u olvidados, amén de revisar gustosamente casi todo el resto. En el caso de Vencedores o vencidos, retorcida titulación castellana de Judgment at Nuremberg (1961), el motivo fue otro: me desveló el horror del nazismo, tanto fue así que por aquellos días leí mi primer libro sobre tal cuestión, creo que La indagación, la obra de teatro de Peter Weiss. El régimen no pudo prohibirla porque habría quedado demasiado en evidencia con una película tan reconocida y protagonizada por un plantel de actores impresionante. Ya se comenzaban a filtrar los datos del «judeocidio», un clamor que los propagandistas del régimen trataban de negar o al menos diluir, de manera que cortaron el metraje a placer.

 

 

 

En esta década, la de los sesenta, en la que Burt Lancaster se persona como el actor más comprometido con el mejor cine «liberal» norteamericano. A partir de entonces, apareció en numerosas producciones, desde dramáticas y de intriga, hasta bélicas y de aventuras. En varias de sus películas de aventuras, que alcanzaron un gran éxito de taquilla. A mitad de la década de 1950, desafió su propia capacidad de interpretación, y comenzó a aceptar papeles cada vez más exigentes y variados. En la mayoría de ellos, el actor autodidacta, obtuvo un gran reconocimiento del público y de los profesionales del medio. De esta forma se convirtió en estrella de cine y uno de los grandes actores clásicos de su tiempo, participando en películas que pasaron a ser clásicos del cine como De aquí a la eternidad (1953) del director Fred Zinnemann, Veracruz (1954) de Robert Aldrich, Duelo de titanes (1957) del director John Sturges, Elmer Gantry (1960) del director Richard Brooks, El gatopardo (1963) del director Luchino Visconti, entre otras. Recibió en 1960 el Óscar al mejor actor principal, por su papel en Elmer Gantry, por el que también fue galardonado con un Globo de Oro y el premio del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York. Fue nominado al Óscar al mejor actor por otras tres películas. La primera, De aquí a la eternidad, en 1953, del director Fred Zinnemann, en la que realiza con Deborah Kerr una escena de beso apasionado, tendidos en bañador en una playa. La segunda fue El hombre de Alcatraz, en 1962, del director John Frankenheimer, y la tercera Atlantic City, en 1980, del director Louis Malle.

 

 

 

 

Ese mismo año marchó a Italia para ponerse a las órdenes de Luchino Visconti. Lancaster estuvo sublime como el príncipe don Fabrizio Salina, en uno de los más bellos, frescos y románticos filmes de la historia: El Gatopardo, un verdadero clásico del cine histórico y político. Con Visconti, once años después, volvió a estar espléndido en Confidencias (1974). Lancaster se reencarnó en un profesor envejecido, amante de la literatura y la pintura, que siente llegar la muerte, y que se debate entre angustias personales y el desencanto de tener que compartir lugar con jóvenes burgueses disolutos y desordenados, incapaces de sentir ni el arte ni la vida. En Italia participaría aún en otro título mítico, esta vez obra de Bernardo Bertolucci: Novecento (1976), que, como El Gatopardo y Confidencias, volvió a fracasar entre sus compatriotas.

 

 

 

 

En una época más avanzada de su carrera, Lancaster abandonó las películas de acción al hacerse más madura su apariencia y se concentró en interpretar papeles de personajes distinguidos, lo cual aumentó aún más su prestigio. Fue un competidor de Kirk Douglas y Marlon Brando. En los años 60 y 70 trabajó en varias producciones europeas con directores como Luchino Visconti o Bernardo Bertolucci. Interesado en papeles exigentes, estuvo dispuesto en más de una ocasión a trabajar por una compensación económica muy por debajo de la habitual si el guion y el director le parecían interesantes. Incluso ayudó a financiar con su propio dinero películas que consideraba de un especial valor artístico. También produjo algunas películas del incipiente cine independiente, ayudando a directores como Sydney Pollack o John Frankenheimer a consolidarse en el mundo del cine. Asimismo, apareció en varias películas producidas para la televisión. En noviembre de 1990, poco después de acabar el rodaje de su última película, sufre un infarto masivo que le deja incapacitado. A partir de ese momento, se aísla socialmente incluso de sus amigos, a quienes no dejaba que lo visiten y solo les permitía el contacto telefónico. Una actriz y amiga suya que deseaba verlo fue rechazada por Lancaster al teléfono con el siguiente mensaje:

 

    «Deseo que me recuerdes como tú me conociste y no que veas en lo que me he convertido».

 

 

La carrera cinematográfica de Burt Lancaster atravesó distintas etapas: en los años cincuenta fue uno de los más insignes acróbatas del cine de aventuras; en los años sesenta se rebeló como el más empecinado actor de culto; en los años setenta fue una baza segura para las producciones en las que participaba, y en los ochenta gozó de una madurez gloriosa. Asusta ver la impecable filmografía de un actor irrepetible, capaz de saltar encima de un caballo, pasar por un aristócrata italiano o columpiarse a 25 metros de altura. Lancaster no ha parado de sorprender a las distintas generaciones de cinéfilos que lo han ido conociendo a través de sus películas. Cuando en sus inicios fue catalogado como un actor de registro limitado, Lancaster dio cantidad y calidad, y supo callar las lenguas que le asignaban pocas armas para triunfar.

 

 

 

 

Fue una persona muy celosa de su intimidad. Estuvo casado en tres ocasiones. Su primer matrimonio fue con June Ernst, de 1935 a 1946. Su segundo matrimonio (1946-1969) fue con Norma Anderson, una antigua acróbata como él, quien le dio cuatro hijos y adoptaron otro. Lancaster tuvo fama de mujeriego, lo que provocó el divorcio de Anderson en 1969. Se casó con su tercera esposa, Susan Martin, en 1990 ya en el ocaso de su vida; ella lo acompañaría hasta su muerte. Falleció en 1994, en su casa de Los Ángeles, de un infarto de miocardio. Sus restos se encuentran en el Cementerio Westwood Village Memorial Park de Los Ángeles, California.

 

 

Algunos biógrafos recientes aseguran que Lancaster era bisexual,  que mantuvo relaciones sentimentales tanto con hombres como con mujeres.

 

Según el testimonio de Kate Buford en su libro Burt Lancaster: An American Life, el actor ya famoso demostró lealtad a su familia, conservando hasta el final de sus días a sus antiguos amigos de la infancia del East Harlem

 

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